Padre Alberto Ezcurra: un patriota del cielo y de la tierra
Por María Lilia Genta
I
Te evoco, Alberto, adolescente, camisa
azul, yugo y flechas. Acolitabas al Padre Julio Meinvielle un 20 de
noviembre. Misa en memoria de José Antonio, en el Camarín de la Virgen
Generala del Convento de Santo Domingo en Buenos Aires. Camarín
custodiado por las banderas que un día supimos conquistar a los
ingleses. Yo, como siempre, militando al lado de mi padre.
Después de la Misa a cantar Cara al sol en el atrio de la iglesia. Cruzar el Océano lanzando al aire nuestros ¡Arriba! Y nuestros ¡Presentes!, saludando al arquetipo de nuestra juventud. Quizás, vos ya estabas militando en la UNES.
II
Te evoco, ya cura, en otro altar,
concelebrando, una tarde de octubre, la Misa Exequias de mi padre, en
la Parroquia de la Resurrección, en Buenos Aires. Habías viajado de
Paraná con los bravos y sabios curas entrerrianos, que tanto tuvieron
que ver en la conversión de mi padre, y ahora lo acompañaban en su
encuentro definitivo con Cristo. Vos eras el más joven de la comitiva.
El día anterior, por Cristo y por la Patria, mi padre había caído acribillado intentando concluir la señal de la Cruz.
III
Te evoco, también, el día que llegó de
regreso al Puerto de Santa María de los Buenos Aires ese argentino
ejemplar que nuestros padres nos enseñaron a amar: don Juan Manuel de
Rosas.
Te vi pasar, sotana negra, poncho rojo, a
recibirlo en el palco de la familia, como te correspondía por abolengo.
Después rezaste el responso y pronunciaste una homilía inolvidable,
dentro de la Recoleta. No pudimos entrar por lo pequeño del lugar pero
te escuchamos por los altavoces.
Cuando terminaste, y sin habernos puesto
de acuerdo, jóvenes y viejos gritamos ¡Arriba Tacuara! Porque tu
Tacuara fue siempre limpia muy distinta de los que traicionaron la idea
fundacional. Por eso Alberto, el cura, no tuvo que renunciar a nada de
lo que amaba y pensaba, por supuesto, sí, perfeccionándolo con la gracia
del sacerdocio.
Sin olvidar a José Antonio, ya cura, te inclinaste por Codreanu, el Capitán.
IV
Te evoco, por fin, en una misa en Bella
Vista, en una pequeña capilla. Estábamos tu hermano Juan, tu cuñada
Diana, un sobrino, mi esposo y yo. ¡Una estupenda homilía para nosotros
cinco! Ese día nos regalaste la Eucaristía y la Palabra.
Fuiste siempre fiel a vos mismo y a la familia fundadora de la Patria a la que pertenecías.
Formador de jóvenes laicos, baluartes
indómitos, formador de curas de sotana y poncho, yo te considero el
arquetipo de nuestra generación.
Alberto Ignacio Ezcurra, Cura y Camarada, ¡presente! en nuestro recuerdo mientras cumples tu guardia junto a los luceros.
María Lilia Genta
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