sábado, 25 de octubre de 2014

In memoriam

Todo esta bien, me he puesto la sotana.
El rosario se anuda entre mis dedos
y el viático me alcanza para el viaje.
La clase ya fue dada, quedan libros
entre estampas, recuerdos y cigarros.
Todo esta bien, incluso esta madera
que bordea mi cuerpo y lo amortaja.
los ezos que sin llanto me despiden.
Hago memoria: hay pan y un misal viejo.
Dejé lista la misa de mañana.
Una vez más diré que yo no escribo.
La homilia y la arenga se improvisan
como el Ave María y el Magnificat.
Todo esta bien, llegaron camaradas.
Conservan la bandera y el saludo,
esa costumbre de tomar cerveza,
discutir en voz alta, acalorarse,
caminar marcialmente aunque los años
crujan como un navío a la interperie.
Aquí en San Rafael el sol flamea
-parece un estandarte al mediodía-
La Ascención del Señor tuvo su fiesta.
Pentecostés me espera, ya en la Casa.
Todo está bien, amigos, la liturgia,
la unción de los enfermos, el recaudo
de colocar a modo de epitafio
la consigna de Job, marechaliana
Amé la tierra en su raíz antigua.
Serví a los pobres cuando no era moda.
Canté caudillos en la eneida patria.
No me perdonan el responso a Rosas.
Todo está bien. Sirvieron el pescado
picante, con el vino en damajuanas.
Ayer de Paraná o de Buenos Aires
dos vocaciones nuevas me llamaron.
Todo está bien, ya vienen, ya me cargan
(no parezco pesado esta mañana)
El cementerio tiene vista al cielo.
He dejado un licor para la vuelta.

El martirio




Hoy el mártir molesta. Y luego de la Segun­da Guerra Mundial, cuando el comunismo se expande sobre Europa y en la China; y en el Vietnam, cuando la primera división del Vietnam, fue un millón de católicos del Nor Vietnam que de­jaron todo lo poco que tenían en sus casas y en sus campos para poder seguir viviendo y practi­cando su religión. Pero en aquel tiempo, la hipo­cresía de los medios de comunicación y de las aso­ciaciones de los derechos humanos gritaban y se exaltaban por las guerras de Vietnam y esas ma­sacres. Hoy esas naciones han caído en un infierno pero nadie se acuerda de ellos. En Vietnam hay paz, en Camboya hay paz. ¡Sí! La paz de los ce­menterios. Y en esos campos de concentración exis­ten miles y millones de hermanos nuestros que si­guen dando el testimonio de Cristo.
La santidad va unida con el heroísmo, y nuestro siglo a pesar de ser un siglo de cobardía, es tam­bién un siglo de heroísmo. Por eso frente a los falsos modelos tenemos que levantar los Santos. Al prin­cipio decíamos: a un joven se lo educa con prin­cipios y con palabras, pero sobre todo con ejemplos. Si un chico o una chica ven que en casa papá o mamá dicen "hay que hacer esto", pero hacen lo contrario, -¿qué es lo que queda? ¿Lo que dicen? No, lo que hacen.
En nuestra educación los modelos son importantes. En todos los órdenes. Es importante pa­ra la Patria que la historia que se enseña en las es­cuelas sea la historia verdadera. Algunos dicen: "Los argentinos, todavía nos vivimos peleando por cosas de hace ciento cincuenta años atrás. Que si Rosas, o que si Sarmiento, etc. Eso no tiene im­portancia". ¡Mentira! Sí tiene importancia. Si fuera solamente cuestión de fechas, de batallas, de li­bros... fenómeno. Eso sería problema para una rata de biblioteca que le gusten los papeles vie­jos. Pero no es eso. Cuando una nación tiene levan­tados monumentos en el bronce para los que han sido traidores, entreguistas y vende patrias, y esas son las figuras que se muestran como ejemplos a los jóvenes en la enseñanza, estamos formando ge­neraciones de traidores, entreguistas y vende patrias, porque esos son los modelos que estamos poniendo.
Cuando los modelos para la juventud, son todos esos personajes de la farándula, de la televisión, del triunfo fácil y de la plata fácil, ¿qué juventud estamos formando cuando al santo y al héroe lo han reemplazado los ídolos? Y cuando puede ser ídolo, hasta un personaje como Michael Jackson, que se hace diez operaciones para arreglarse la cara, para conseguir un producto que no es ni blanco ni negro, ni varón ni mujer y figurar en las reme­ras de nuestros jóvenes. Cuando, como si no hu­biera santos en nuestro tiempo, tratan de impo­nernos los santones. Precisamente, ¿por qué? Porque los encuentran fuera de la Iglesia, o al Che Gue­vara o a Luther King, o al Mahatma Gandhi. Pero, ¡silencio! sobre aquellos que heroicamente dan testimonio de Cristo en nuestro tiempo y en nuestros días.
Simplemente, quisiera leerles las palabras de uno de esos mártires de nuestro tiempo, palabras tomadas del testamento del Cardenal Slypij, de Ucrania, que conoció la cárcel y el campo de con­centración durante diecisiete años:
"Durante toda mi vida fui un prisionero de Cristo y como tal abandono esta vida. Desde mi primera juventud fui un prisionero voluntario de Cristo, por­que así fui educado en una familia ucraniana muy creyente. Ella me inculcó e impregnó de la fe y amor a Cristo. Por eso hoy alzando los ojos al otro mundo donde no hay ni dolor ni llantos sino solamente la vida eterna, con agradecimiento de hijo rezo por ellos. Los padres de la familia cristiana son el fundamento de la comunidad santa, del pueblo, de la Nación".
Y dice más adelante: "Cuando en el año 1939 comenzó nuevamente la Pasión de nuestra Iglesia, el Santo genio nuestro, Servidor de Dios Metropo­litano Andrés, me nombró Exarca Mayor en el mes de octubre y en diciembre me consagró Obispo y su sucesor. Acepté esto como la voz divina de Cristo: «Sígueme». Entendí en esos tiempos pesados y tormentosos para nuestra Iglesia, qué significa: ¡Sígue­me!, porque El dijo: «El que quiera venir detrás de Mí que renuncie a sí mismo, cargue su cruz y sígame». Entonces entendí que tenía que renunciar a mí mismo por amor a Cristo, el cual dijo también: «pero a todo el que me negare delante de los hombres, yo le negaré también delante de mi Padre, que está en los cielos». Así empecé el camino espinoso de mi vida. Se cumplió el lema que puse en mi emblema episcopal: «Per áspera ad altum» —Por el camino difícil de los santos—".
"Como servidor del Siervo de Dios, el Metropo­litano Andrés, me esperaba un largo camino de renunciamiento, de llevar la Cruz; de ser testigo de Cristo entre esta generación adúltera y pecadora. En este camino era la poderosa diestra divina la que me ayudaba. A mí, prisionero de Cristo, a dar tes­timonio de Cristo como él había previsto de sus dis­cípulos y seguidores: «Y seréis mis testigos en Jerusalén, en tocia Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra». Pero en mi camino eran otras las inscripciones. No Jerusalén, Judea, Samaría, sino Lod, Kiev, Sibil, Polaria, Molodolka, y así hasta los confines de la tierra".
"Los encarcelamientos nocturnos, juicios secretos, interminables interrogaciones y vigilancias, torturas físicas y morales, humillaciones, tratos brutales, hambre, investigadores y jueces diabólicos, y ante ellos: yo, indefenso criminal y prisionero, mudo testigo de la Iglesia querida, silenciosa Iglesia condenada a muerte. Y el prisionero criminal vio que su camino está en el confín de la tierra, camino que desemboca en la muerte. En este camino de la Cruz que abra­cé por amor a Cristo Jesús, me daba fuerza el saber que mi grey espiritual, el pueblo ucraniano, los obis­pos, sacerdotes, fieles, padres, madres, niños, sacri­ficada juventud y débiles ancianos, siguen el mis­mo camino. No estoy solo".
Un ejemplo entre miles, entre millones que se podrían encontrar en nuestro tiempo del santo que junta en el martirio la santidad y el heroísmo. Eso es lo que precisamos hoy en nuestra Patria Argen­tina. En esta Patria que nació cristiana. Cristiana con la Cruz de Cristo y con la espada de los conquistadores.
Cristiana con aquellos hombres como en los ejércitos de la independencia quisieron a la Virgen como Generala y quisieron que los colores de nuestra bandera fueran los del manto de la Inmaculada.



Frase sacerdotal

"Milicia es la vida del hombre sobre la tierra"